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LUCERNA
La fachada fluvial de Lucerna muestra pintorescos edificios medievales. Muchos de ellos dan cobijo a restaurantes y hoteles de prestigio, convirtiéndose en un escenario único
vecino lago de los Cuatro Cantones, origen y símbolo de la unión del país, encarna a la perfección el alma suiza. Un alma que busca la maravilla en cada detalle, la perfección en cada lugar. Son así de perfectos los puentes de madera que salvan el río, estructuras medievales cuya supervivencia es casi un milagro. En su día, allá por 1400, fueron cuatro los puentes de madera que contribuyeron en gran manera al desarrollo de la ciudad. De los puentes se conservan todavía tres: acompañan al icónico puente de la Capilla (Kapellbrücke), con su bella Torre del Agua, el Spreuer y el más discreto Reussbrücke. Decido cruzar el puente de la Capilla, el más antiguo de Europa, y en mi transitar por el suelo de madera pienso en los miles, más bien millones de personas que habrán desfilado por esta pasarela desde aquel lejano año 1300. Ajenas a ese pasado, dos hermosas jóvenes caminan por el puente. Son Sara y Llilian, estudiantes de la Escuela de Arte. Las acompaño en su paseo a orillas del Reuss. “Somos de St. Gallen, pero vivimos aquí por los estudios, y nos encanta esta ciudad. Es cómoda y tranquila, y tiene mucha vida universitaria”. Efectivamente, me encanta observar este contraste entre la antigüedad de los edificios y calles de Lucerna y la juventud de sus habitantes, que la caminan con alegría, como Silvana y Alesandra, que nacieron aquí y definen su ciudad como la “más hermosa del mundo”. La hermosura que rezuman sus plazas históricas, como la Kapellplatz, la Mühleplatz, la Hirschenplatz o la Franziskanerplatz. Sobresalen las plazas con nombres asociados a antiguos mercados, como la plaza del
50 Lonely Planet Traveller La Gran Ruta de Suiza
vino, la Weinmarkt, o la plaza del trigo, la Kornmarktplatz, cuyo antiguo almacén cumple ahora las funciones de ayuntamiento de la ciudad. Es un edificio renacentista de gran belleza, que denota la época de esplendor comercial de Lucerna, como lo hacen los también renacentistas Rittersche Palace y la Hofkirche, la catedral. Antes de hacer una pausa para la merienda, me acerco hasta la iglesia de los jesuitas, de estilo barroco, y la gótica iglesia de los franciscanos. Pero es sin duda la famosa escultura del león moribundo, obra de Thorvaldsen dedicada a los mercenarios suizos asesinados en las Tullerías en 1792, uno de los monumentos que más me conmueve. Por un momento se me ha quitado el hambre, pienso, pero la profusión de pastelerías con delicias de chocolate suizo me vuelve a abrir el apetito en un santiamén. Y es así como penetro en el embriagador mundo de Kurmann.
Muy dulce
El universo de Kurmann se exhibe con esplendor en una tienda de estética de los años 60 del pasado siglo, donde la elegancia y la delicadeza son la carta de presentación de los chocolates y pralinés, que seducen a todos aquellos que pasean por el centro de Lucerna. Y es que no sé qué elegir entre la oferta de bombones, pasteles artesanos y originales suvenires en forma de monumentos y sabor a chocolate suizo. Margritt, la guapa propietaria de la tienda, me ofrece probar una de las especialidades locales, el pan de jengibre o lebkuchen, con ese gusto que me transporta a la Navidad. “Nuestro negocio lleva a sus espaldas 38 años de