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INTERLAKEN
1938 cuando logró culminarse su temida y hasta entonces inexpugnable cima. “La heroica proeza, gestada por cuatro jóvenes alemanes y austriacos, representó para el Gobierno nazi el símbolo del triunfo de la raza aria”, relata Martin. Desde Grindelwald parten los teleféricos hacia los picos de First y Männlichen, pero nuestro viaje continúa en un tren que surca paisajes que ganan altura y pierden verdor para tornarse más y más agrestes, entornos donde crecen menos árboles y plantas. Llegamos a la bifurcación en la estación de esquí de Kleine Scheidegg, a 2.061 metros, y, a partir de aquí, nos adentramos en un túnel de 7 kilómetros, dentro del cual el tren hace dos paradas, una ante la pared del Eiger, el Eigerwand, y otra en el Eismeer, con una vista espléndida sobre el glaciar Aletsch, el más extenso de los Alpes, con 23 kilómetros. El glaciar Aletsch nace a 4.000 metros de altitud, al sur del Jungfrau. Son tres brazos los que confluyen en la llamada plaza de la Concordia: uno que parte del pico Aletschhorn; otro, del lado meridional del Mönch y del Jungfrau; y el tercero, del lado este del Mönch. Desde la plaza de la Concordia desciende formando una gran manta de hielo de 25 kilómetros con forma de morrena. Es aquí donde se tienen las mejores vistas sobre el mar de hielo azulado del Aletsch. Este es inconmensurable, pero las mejores panorámicas aún están por llegar. Finalmente, el entrañable tren
concluye su trayecto en el llamado Jungfraujoch, el yugo de la virgen, es decir, el espacio entre las montañas cuya forma recuerda a un yugo entre dos cuernos. Estamos a 3.454 metros y con esa sensación de mareo que conlleva el mal de altura. Martin nos aconseja abrigarnos bien y caminar pausadamente, controlando la respiración. Siguiendo sus directrices subimos al mirador del observatorio científico del Sphinx. Y, ante nosotros, se hace el silencio sempiterno de estas sierras nevadas. Es fácil hacer el símil del guerrero e imaginar la lucha entre gigantes del triunvirato más famoso del país, formado por el Jungfrau (la virgen, con 4.158 m), el Mönch (el monje, con 4.099 m) y el Eiger (el ogro, con 3.970 m). El cielo es tan azul que el paisaje nevado nos deslumbra. Las gafas de sol nos permiten aguzar la mirada, que se pierde más allá para descubrir, incluso, el Mont Blanc, ya en Francia.
Viaje de regreso
esencial
Y un sinfín de actividades. Son muchos los excursionistas que llegan a estos parajes dispuestos a empezar alguna de las rutas de trekking, pero para los más osados, los entornos de estos lagos ofrecen muchas otras opciones. Por ejemplo, un vuelo en parapente, desde Beatenberg, en un viaje de ensueño que flota entre valles y montañas hasta Interlaken. O experiencias como las que pueden llevarse a cabo desde la población de First, cerca de Grindelwald, como el First Flyer, un descenso en una tirolina de 800 metros de longitud y de 50 metros de altura que alcanza Schreckfeld a una velocidad de hasta 84 kilómetros por hora. Más familiares son las rutas en trotti bike, también en First.